5 poemas de ‘Reinos’ de Jorge Eduardo Eielson

En 1945 Eielson publica a sus veintiun años su primer poemario bajo el título de ‘Reinos’, obra con la cual gana el Premio Nacional de Poesía de dicho año.

Aquí les dejamos 5 poemas de dicho poemario.

Reino primero

Sobre los puros valles, eléctricos sotos,
Tras las ciudades que un ángel diluye
En el cielo, cargado de heces sombrías y santas,
El joven oscuro defiende a la joven.
Contemplan allí el verde, arcaico Señor
De los cedros, reinar furtivo en sus telas,
Guiar la nube esmeralda y sonora del mar
Por el bosque, o besar los abetos de Dios,
Orinados por los ángeles la luna y las estrellas:
Manzanas de amor en la yedra de muerte
Ve el joven, solemnes y áureos cubiertos
En la fronda maldita, que un ciervo de vidrio estremece.
La joven, que nada es ya en el polvo sombrío,
Sino un cielo puro y lejano, recuerda su tumba,
Llueve e irrumpe en los brazos del joven
En un rayo muy suave de santa o paloma.

Reina de cenizas

Violo tus exequias, amada, difunta mía,
Párpados de lys, corona de doradas cucarachas,
Donde el reptil amargo y verde sueña.
Consuélame en mi trono de sangre, amada,
Donde a solas, rodeado de antorchas, me he dormido
Y no he escuchado tus heraldos,
Con fuego en la gorguera, cantar tu santa muerte.
Consuélame Reina, consuélame tremenda,
Yo soy el Rey en su torre y tú eres media luna alada,
Ceniza que gobierna, ataúd abierto y profanado.
¡Oh señora mía, luto de mi amor!
¿Qué antigua dicha, bajo tu enjoyado seno,
Bajo la imperial ceniza, alumbra?
Cae el terciopelo de tus fulgurantes clavículas,
La Muerte llega a tus pies,
Junto a mi yelmo, mi cráneo, mi esqueleto arrodillado
Ante las escamas negras del Infierno.

Los jóvenes sabios en invierno

Quién sabe en qué brazo divino, alado y nocturno,
La oscura vivienda terrestre reposa,
Cuando sobre la nieve de casas dormidas, eterno,
El mágico gallo su alba sostiene, cual naipe
Dorado que asoma en la noche. Sería ceniza
De gloria la dulce bujía en las noches
De invierno, que tiende llanuras de pluma
Su negra enseñanza pisando la estufa,
Heladas veredas y casas caídas de hollín y de luna.Y la huella del vago en la banca marmórea,
Que duerme y deslíe su lápiz de sueño en la fuente.
O la fría, también, primavera que se hunde
Con rosas y todo detrás de la luna, sus ojos,
sus dedos con fósforos abriendo otro cielo dormido.Grises montañas que avanzan sería el reposo,
Por sobre los valles o espuma de libros,
Que jóvenes pálidos leen en desvelo, dobladas
Sus frentes de amargo cartón ante Palas,
Y la pluma, el trofeo, a un lado cual naves
Remotas, que negros hisopos alfombran de hastío.Quién sabe qué cráneo de cera inclinado y augusto
Vacía en la azul biblioteca su grave magnolia,
O qué inteligencia de nieve ha cavado en la noche
Los astros, ventanas y pinos cuya barba es poesía
En las noches de invierno que huyen en humo y ceniza.

 

Nocturno terrenal

Te he buscado, Tesoro,
he cavado en las noches profundas.
Rainer Maria Rilke

Amo cierta sombra y cierta luz que muy juntas, creo yo, azulan
Las casas profundas de los muertos, amo la llama
Y el cabo de la sangre, porque juntas son el mundo
Y hacen de mí un muro que separa la noche del día.

He visto los rojos campos labrados por el cielo azul,
La antigua naturaleza desflecada y húmeda
De vino, de rocío, mortalmente hecha con racimos
De amor, tal un lecho donde ardiera lo deseado,
Pero debajo de todo, siempre despierta, un agua pura
Pensando por nosotros contra un árbol de dolor.

Y las cosas cuya última luciérnaga ha volado
Con nuestro último sueño, que tienen todavía, como un templo
Majestuoso, el gran consuelo de su polvo donde nada
Ni nadie ha osado penetrar sino los muertos.
Amo todavía aquello que habla lejos, como los astros
De terciopelo, al oído del viento, aun las rosas y la luz
Y todo lo que igual a una plaga, inextinguible pero real
Transcurre entre los hombres y agita su plumaje.
Fosforescencia, día esmeralda de las tumbas,
Sólo tus ojos adivino adorados por lagartos y raíces,
Y tras de ellos casas y crepúsculos, altas montañas
Destronadas contra cielos de nieve en un soplo;
Todo bajo el musgo de sus ojos, blanco Amante,
De cuyo seno mana una leche antigua a cada fruto.
Yo amo por ello este hundido bosque, de brillantes hojas
Donde reposa, inmemorial, el Gran Sol de los Tiempos

Último reino

Aura suprema, besa mi garganta helada,
Confiéreme la gracia de la vida, dame
El suplicio de la sangre, la majestad
De la nube. Que en cada gota del diluvio
Haya tristeza, sombra y amor. ¡Oh, romped
Hervores materiales, cráteres radiosos!
El sol del caos es grato a la serpiente
Y al poeta. Las nieves que ellos funden
Caen al fondo del verano, entre aletazos
De gloriosa lava, de luciérnagas
Y cerdos fulgurantes. Nada impide ahora
Que la onda de los aires resplandezca
O que reviente el seno de la diosa
En algún negro bosque. Nada
Sino los puros aros naturales arden,
Nada sino el suave heliotropo favorece
La entrada lila de las bestias y el otoño
En el planeta. Yo quisiera que así fuera
La alta puerta que me aguarda tras el humo
De mi vida, como una grave dalia en pedestal
De piedra, o un esqueleto deslumbrado.
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Jorge Eduardo Eielson (1924 – 2006)
Poeta peruano. Ha publicado Reinos (1945), Mutatis mutandis (1967), Celebración (2001), De materia verbalis (2005), entre otras obras.

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