‘Poemas a la tierra’ de Javier Heraud

‘Poemas a la tierra’ fue escrito en 1961 en Lima por Heraud pero nunca llegó a publicarlo en vida, luego de su muerte el poemario aparece en varias ediciones de su Poesía Reunida.

1

Aquí está el cemento en sus
enredaderas,
aquí está la lluvia en sus entrañas
fértiles, la paleta y la brocha
trabajando, el bastón y la pala
en la mano ardiente,
las antenas en sus mallas
interminables de ondas y reflejos,
los interruptores listos para
electrizar a sus dueños de jebe
y caucho, las palanganas con sus
cosechas de ropa sucia en los
destiladeros, los vasos de licor
en bocas espumantes.
Aquí está el sol, el aire, los umbrales,
aquí está la vida en su geranio
no arrancado,
aquí está el arroz en su grano
blanquecino,
la caoba y el naranjo cosechados.
Y aquí esto yo, agonizando, pero
lleno de armas para empezar de nuevo.

2

Salid al campo remolachas estériles,
salid ahora sin sombras de llantos
y quejidos,
sin pretextos de fiebre y de ronquera.
Con la garganta frágil salid
ahora a ver el sol,
a sentirlo en vuestros brazos,
y cargarlo y pesarlo en su dimensión
única.
Unidlo a la tierra para siempre,
fusionadlo en su esencia misma,
con estrellas y con árboles,
con planetas y animales.
Salid ahora en el tiempo oportuno,
para poder sentir la brisa fresca,
el olor del aceite desparramado,
poder verlas alfombras extendidas,
la caliente tierra,
y echarse en ella, sin intermedios,
sin una cama que nos aleje de
nuestra procedencia.

3

Quiero que salgan dos
geranios de mis ojos, de
mi frente dos rosas blancas,
y de mi boca
(por donde salen
mis palabras)
un cedro fuerte y perenne,
que me dé sombra cuando
anda por dentro y por fuera,
que me dé viento cuando la lluvia
desparrame mis huesos.
Echadme agua todas las
mañanas, fresca y del río
cercano,
que yo seré el abono de
mis propios vegetales.

4

Todo es madera, los cóndores,
las máscaras, los ríos y las
oscuras madreselvas.
Los árboles tienen raíces en
la tierra, en el pavimento,
en las veredas, en el pan
congelado, y hasta en el árbol
mismo.
El cemento es árbol,
el oro es el árbol,
árbol el hierro puro
y madera los cristales.
Todo es raíz fina, los
cimientos de las enredaderas,
los botones de las corbatas,
las hebillas de mis entrañas
arrugadas. Todo es madera, el
alba de tus ojos somnolientos,
los dedos de mis manos
apretadas, el sol en su ocaso
turbulento.

cesar_javier_heraud
César Calvo junto a Javier Heraud

5

Todo es color de hoja,
verde, celeste, amarillo
claro,
todo va cayendo conforme
a las hojas.
¡No! no busquéis ahora
el verde entre las botas,
el verde de los pastos
inalcanzables,
el verde de tus ojos
enredados.
Todo saldrá claro luego.
Luego será el tiempo de
las hojas colgadas, de las
hojas en el suelo
pisoteadas,
de las hojas en su botón
y en su madriguera.

6

El azúcar me sabe a hormigas
frescas,
a nidos de arañas entre la tierra,
a flores mojadas entre ríos desnudados.
Éste es el azúcar en mi costado
dulcificado,
los ceniceros con cigarros apagados,
los brazos de las
sillas apretados.
Tú puedes cambiar el mundo,
azúcar,
volver dulce al más asalariado,
volver azúcar los orines
amueblados,
volver azúcar los ojos
quemantes por la agonía.
Puedes entrar en la sangre,
debilitar el mundo,
pisarlo con la boca llena,
en su fondo dulce y apagado.

7

Crujen ahora los brazos
retorcidos,
los blancos costalones
humedecidos por el viento.
Ésta es la harina de nuestros
aromas orquestales,
de nuestras manos sucias y
calientes.
Estás en la suavidad de
tu blancura,
en los carnavales de tus
trabajadores,
en las caras y en las manos
amasadas por el trigo
de los bosques arrancados.
No te detengas en medio
de la partida, haz feliz
el pan de los niños en el
desayuno, al pan de los
obreros al mediodía.
Siembra de pan tu cosecha
fértil.

8

Mirad ahora las pistas flageladas,
las patas de las mesas moribundas,
en su sombra,
fijad vuestros ojos en el océano,
en el alba,
adentraos en los volcanes apagados,
en los cerros milenarios,
en los pinos altísimos,
en los muros y en las tumbas del
recuerdo.
Penetrad en el fondo
de vuestras murallas férreas,
en vuestros corazones limpios,
en las sombrillas tenebrosas
del sol,
en los rodillos de papel de
las jugueterías,
en los corredores de las
cárceles fugitivas,
en las salas de los hospitales
repletos, penetrad, sí, para
comprender al mundo en
su esencia delicada.

9

﹤﹤¡Vamos, coged la manta que
ya hemos llegado!﹥﹥.
Éste es nuestro destino,
nuestra casa,
nuestras pertenencias.
He aquí nuestros árboles,
nuestros libros, islas,
paisajes y cielo.
Sólo esto es nuestro:
no deberemos coger nada
más, viviremos del cielo,
de las ruinas, de los libros,
de los árboles, de los
atardeceres luminosos,
y de todo aquello que
surja de la tierra pura.

10

¡Abrid los brazos, extendiéndolos!
Abridlos, si es necesario que
al atardecer de un día lluvioso,
en la espera del tren del
mediodía, preparen vuestras
maletas.
Llenadlas de vasos, jarras,
vinos y recipientes.
No, no pongáis los libros
cotidianos, las lecciones
aprendidas de memoria ni
los papeles cubiertos de
escritura.
Tomad sólo vuestros
labios, vuestras manos
duras, los papiros secos
y roídos,
para amar al mundo con
los brazos extendidos.

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Javier Heraud

(Lima, 1942 – Madre de Dios, 1963)
Publicó en vida El río (1960) y El viaje (1961), postumamente aparecieron Estación Reunida y Viajes Imaginarios. En 1961 compartió con César Calvo el Premio Poeta Joven del Perú y, postumamente, ganó el Primer Premio de Poesía de los Juegos Florales Universitarios de la UNMSM.

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