5 poemas de ‘Este puerto existe’ de Blanca Varela

‘Este puerto existe’ fue publicado en 1959 en México, gracias a la editorial de la Universidad de Veracrúz y las gestiones, y apoyo, de su amigo Octavio Paz.

Aquí les compartimos 5 poemas del poemario.

PUERTO SUPE

A J.B.

Está mi infancia en esta costa,
bajo el cielo tan alto,
cielo como ninguno, cielo, sombra veloz,
nubes de espanto, oscuro torbellino de alas,
azules casas en el horizonte.
Junto a la gran morada sin ventanas,
junto a las vacas ciegas,
junto al turbio licor y al pájaro carnívoro.

¡Oh, mar de todos los días,
mar montaña,
boca lluviosa de la costa fría!

Allí destruyo con brillantes piedras
la casa de mis padres,
allí destruyo la jaula de las aves pequeñas,
destapo las botellas y un humo negro escapa
y tiñe tiernamente el aire y sus jardines.

Están mis horas junto al río seco,
entre el polvo y sus hojas palpitantes,
en los ojos ardientes de esta tierra
adonde lanza el mar su blanco dardo.
Una sola estación, un mismo tiempo
de chorreantes dedos y aliento de pescado.
Toda una larga noche entre la arena.

Amo la costa, ese espejo muerto
en donde el aire gira como loco,
esa ola de fuego que arrasa corredores,
círculos de sombra y cristales perfectos.

Aquí en la costa escalo un negro pozo,
voy de la noche hacia la noche honda,
voy hacia el viento que recorre ciego
pupilas luminosas y vacías,
o habito el interior de un fruto muerto,
esa asfixiante seda, ese pesado espacio
poblado de agua y pálidas corolas.
En esta costa soy el que despierta
entre el follaje de alas pardas,
el que ocupa esa rama vacía,
el que no quiere ver la noche.

Aquí en la costa tengo raíces,
manos imperfectas,
un lecho ardiente en donde lloro a solas.

fernando-elena-octavio-blanca
Blanca junto a su esposo Fernando de Szyszlo y los esposos Octavio Paz y Elena Garro.

UNA VENTANA

Vuelvo a contar mis dedos.
(La flor helada, la desconocida cabeza que me acecha se
descuelga y da voces.)
Yo miro las paredes y sus frutos redondos y veloces,
hago cálculos, sumo piedras, cenizas, nubes
y árboles que persiguen a los hombres
y perlas arrancadas de malignos estanques
o de negros pulmones sepultados
y horriblemente vivos.

La araña que desciende a paso humano me conoce,
dueña es de un rincón de mi rostro,
allí anida, allí canta hinchada y dulce
entre su seda verde y sus racimos.
Afuera, región donde la noche crece,
yo le temo,
donde la noche crece y cae en gruesas gotas,
en mortales relámpagos.
Afuera, el pesado aliento del buey,
la vieja fiebre de alas rojas,
la noche que cae
como un resorte oscuro sobre un pecho.

LOS PASOS

Y éste ¿hacia dónde? Tan seco y tan distante
que me detengo para oírlo volver a mi cuerpo,
para sentir entrar la sangre que arrojaba
al avanzar en círculo donde estuve parado,
inmensamente triste con mis cosas,
tan próximo a la jaula donde chilla mi papagayo rojo,
mi hermoso cinturón del Norte (de Piura o de Chiclayo, no recuerdo).

Cuando niño di muchos,
aquéllos cuentan hasta morir,
los más puros y crueles.
Aquél hacia la mariposa o hacia el gato
que murió al poco tiempo,
o aquél hacia la madre,
para llorar sobre su oscura falda sin olores,
sobre su vientre que amo todavía como mi casa,
pecera, nido sombrío y fresco.
Hay otros. Cada uno de ellos da dolor,
de sed aquel que lleva al agua
y el del amor es hueco, desdentado,
alimento pesado que me arroja en el más negro llanto,
en extrañas posturas de mono,
riendo de los dientes afuera
con la risa como una flor carnívora.
Pero todos los pasos
juntos, amándose y matándose,
suman, son un hombre que camina,
un peligroso instrumento contra la paz.

Unidos pueden mirar al cielo con paciencia.

canto
‘Canto Villano’, obra que reúne los 6 poemarios publicados por Varela.

LA LECCIÓN

Como una moneda te apretaré entre mis manos
y todas las puertas cederán
y lo veré todo
y la sorpresa no quemará mi lengua
y comprenderé entonces el crecimiento de las plantas
y el cambo de pelaje en las pequeñas crías.

Hallaré la señal
y la caída de los astros
me probará la existencia de otros caminos
y que cada movimiento engendra dos criaturas,
una abatida y otra triunfante,
y en cada mirada morirá la apariencia
y desnudo y bello
te arrojará la fábrica entre nosotros.

HISTORIAS DE ORIENTE

I

La sombra crujía como un árbol.
Prac, prac, prac.
Burbujeaba la mañana.
El cielo cabalgaba espléndido, arrebolado.
Una mano prolija instalaba pájaros bajo la lluvia fina, pasajera.
Todo sucedía así.
A pesar de la música, de la aparente normalidad, una piedra rodaba; un signo, una invisible señal ardía sobre la ignorancia del mundo. Por un altoparlante una voz proclamaba el nacimiento del sol que ascendía como el deseo un pozo estrecho, sin paredes.
La voz como un leve sudor en las sienes surgía de los muros semienterrados.
Venía luego el polvo y más tarde el viento, prematuramente tibio.
Desfloraba un túmulo y partía despreocupadamente hacia otras ruinas.
Todos los días era igual.
La voz cesaba y el sol brillaba formidablemente en el cenit.

II

Respirando, insistiendo en flotar, algas de ojos elásticos y crueles: los vástagos.
Rechinando, clavos en la muralla de tinieblas, azotados por oleosas estrellas, la cabellera larga, nudosa; ramificados, tristes, turbulentos, cristalizada la saliva, exangües, vocingleros. Al alba sobre el mismo tejado, decidieron quemar sus obras.
Levantaron las piras, estructuras de metales blancos, incandescentes poliedros, orquídeas de sexo desmesurado; verdes, aéreos epitafios, altos monumentos peinados por el ala negra y membranosa de la gloria.
Lo más preciado. Todo.
Las terrazas humeaban. El crepúsculo caía como una trampa sobre los temblorosos rebeldes.
Era evidente el eclipse. En los pozos recién abiertos clamaba, rugía una música pestilente. El invernadero lleno de lágrimas estaba cerrado por una cadena de montañas

Terribles presagios.
Transidos de dolor, agónicos, postergaron la fecha.

III

Cierta mañana Cosme abrió los ojos y vio a su perro envuelto en una nube azul.
Con un alfiler lo persiguió varios meses.
Era difícil alcanzarlo.
La nube cambiaba de color y el pobre animal gemía en el centro mismo del firmamento y bañaba la cabeza de Cosme con sus espesas lágrimas.
Cosme tenía los dientes rojos de dolor y sus mejillas ardían de impotencia.
Día y noche espiaba el cielo.
Cuando había buen tiempo divisaba la nube perfectamente redonda.

Entonces saltaba, llegaba a distinguir a la infeliz bestia que arropada de gases irisados orinaba tristemente para orientarlo. La esperanza no lo abandonaba ni en las terribles noches de tormenta en que la nube se mecía cargada de ira sobre su cabeza. Y así pasaban años y años y Cosme no quería otro perro.

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Blanca Varela

(Lima, 1926 – Lima, 2009)
Ha publicado Luz de día (1963), Valses y otras falsas confesiones (1971), Canto villano (1978), Ejercicios materiales (1993), El libro de barro (1994), entre otras publicaciones.
En el 2001 recibió el Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo, y en el 2007 el Premio Reina Sofía de Poesía.

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