5 poemas de ‘La dimensión de la piedra’ de Julio Garrido Malaver

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Julio Garrido Malaver

La piedra representa para Garrido lo inconmovible e ineludible; piedra de los muros de la Penitenciaría, piedra de las fortalezas incaicas, piedra de los roquedales andinos, piedras que alimentan la honda o huaraca con que pelean los hombres, piedra funeraria, piedra monumental. La forma de este poema torturado y solemne es variada. Garrido no es un retórico, aunque a ratos, por fuerza del tema y del auditorio imaginario al que se dirige y del oficio político, apela a cierto tono oratorio y abunda en anáforas, propias del discurso, aunque en ella, en la anáfora, incidan y reincidan tan a menudo Vallejo, de Rocka y Neruda.
– Luis Alberto Sánchez

‘La dimensión de la piedra’ fue publicada en Lima en 1955 bajo ‘Juan Mejia Baca & P.L. Villanueva’ Editores. Aquí les traemos 5 poemas de uno de los poemarios más consagrados de Garrido Malaver.

– 1 –

Monólogo en la piedra, y digo, y digo
lo mismo que en mi voz cuando hablo para el viento.
Y me horada una duda en lo más hondo
lo mismo que una pena.
Y me sorprende la idea más antigua sobre el hombre
como un golpe de gracia
que se quiebra, quebrándome, en dos partes:
el origen y el fin, esto es, la nada.

Y me salgo de mí
para buscarme entre los escombros del Tiempo
que fenece sin poder ser el Tiempo,
para llorarme al pie de toda huella,
para clavarme y desclavarme en los gimientes leños
sin redención exacta por plural

Y vuelve mi destino a golpearme con un golpe distinto,
más arriba de todo lo creído,
más adentro de todo lo que la luz encuentra,
más allá de todo lo esperado…

Y divago en la forma de la Tierra.
Y el cielo se me hace nudo grande en el pecho.
Y de súbito me arde, rodeándome, un grito
que a la piedra reclama ser blanca como el pan…

– 3 –

Muchas veces
he sorprendido al Viento arrodillado como un niño
junto a la piedra,
rogándole que vuelva a caminar, como ella caminaba,
hacia lo que es ahora,
rogándole que diga todo lo que decía de sí misma
y lo que vio, cuando de todas partes, en la Tierra,
emergía la voz en carne humana.

He sorprendido al Viento golpeando a la piedra
para hacerla entregar flor de suyo,
latido de su entraña,
destello de su esencia.

Pero la piedra, indiferente y dura,
ha seguido pensando su silencio
que ahora puede oír mi corazón,
como se oye la voz de tan lejana,
en imagen sutil que nos conmueve
hasta lo más secreto que llevamos
y que nos rompe algo de cristal
que se nos va cayendo en la palabra…

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Portada de la primera edición del libro.

– 27 –

Cuando aquí,
los anillos se cierran hasta hacernos crepitar los huesos,
y se nos van cayendo, una por una,
muchas páginas de esperanza:
apoyamos las sienes febriles, febricentes,
en el muro de la piedra
y nos quedamos horas de vacío,
quizá siglos de nada,
hasta que la serenidad de la piedra
que de tanto mirarnos parece que nos horadara en lo recóndito,
dicta para nosotros, sin gestos ni palabras,
el consuelo de sabernos libres,
de esa libertad perpetua que es equilibrio y no sucumbe con el hombre
por más que lo horizonten de muros y castigos,
de fosas y cadenas
y hasta de la Muerte que ellos creen que existe
pero que nunca ha de existir para nosotros…

– 28 –

¿Por qué ha tenido que ser aquí, donde estamos atados
a lo pequeño del Tiempo que se rompe, doliéndonos,
que comprendamos tantas cosas azules,
tantos colores del espectro vital
que es la existencia humana?

Ha de ser porque, aquí,
—donde a veces el cielo
es tanta lejanía que ya ni presentimos
y la luz hace fintas para no posarse en las heridas
que nos sangran
hasta la ineficacia de ser rojas—
nos acercamos un tanto luminoso a lo profundo de la piedra;
y la piedra nos da sin darnos nada
la aspiración de ser eternidad total…

– 33 –

Pero en la piedra que nunca dice con palabras nada,
a veces
yo descubro voces que me llegan
y vierten sus anuncios en mi ser más profundo,
en mi más transparente transparencia;
son esas voces, las voces del pasado que se renuncian
hasta el presente, que me dictan sus fórmulas y símbolos
para que yo anime mi canto:
palidez de la cuenca mayor de mi tristeza;
para que yo formule alguna teoría
de lo que es mi corazón ahora,
de lo que dejará de ser algún atardecer;

para que yo intente decirme el cómo,
el cuándo, el por qué y hasta el dónde de mí mismo…

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Julio Garrido Malavergarrido

(Cajamarca, 1909 – Trujillo, 1997)
Poeta peruano. Publicó Vida de pueblo (1940)Los poemas florales (1940)Palabras de tierra (1944)La tierra de los niños (1946)El nuevo canto del hombre (1958), entre otros.

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